Para Zuleta (2002) la democracia implica modestia en el ser humano que le permita reconocer que la diversidad de pensamientos, costumbres, convicciones y visiones del mundo que encontramos en la comunidad puede ser enriquecedora; que la visión propia del mundo puede ser cambiante o enriquecida cuando dos ideas son confrontadas; que la verdad no surge de una propuesta personal, sino del resultado de un conflicto o debate; que el pluralismo no se acepta con resignación sino que es el reconocimiento de los hombres y mujeres como personas que no marchan al unísono, de la existencia de diferentes puntos de vista, partidos o convicciones.

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En la educación es muy importante para Zuleta el discurso del maestro, en el sentido que este no sea uno dogmático. Somos dogmáticos cuando, como docentes, no hacemos el esfuerzo por demostrar lo que se enseña y el por qué, por ejemplo, si al tocar el tema de las leyes de la multiplicación, se expone que menos por más da menos y el estudiante pregunta ¿Por qué? Y no sabemos que responderle, realizamos una enseñanza dogmática, brindamos un “conocimiento” solo porque sí. “La demostración es una gran exigencia de la democracia porque implica la igualdad: se le demuestra a un igual; a un inferior se le intimida, se le ordena, se le impone; a un superior se le suplica, se le seduce o se le obedece” (Zuleta, 2002). 

 

La demostración es una práctica efectiva para tratar a las personas como nuestros iguales desde la infancia. Por otra parte, el ser humano necesita la oportunidad de fracasar y que su espontaneidad se exprese sin temor. Sin la oportunidad de fallar en ciertas tareas, no se tendrá la oportunidad de triunfar y sentir la satisfacción de vencer las dificultades. Es importante dejar actuar a los estudiantes con espontaneidad, pero se debe decirles también, con toda franqueza si lo que han hecho obtiene buenos resultados o no. En la educación democrática es importante adquirir el amor a vencer las dificultades reales.